La evolución es más inteligente que tú", afirma el químico británico Leslie Orgel. No sé si sea cierto, pero sí se que la evolución siempre sorprende.
Y a veces esa sorpresa hace que pensemos que es imposible que tal o cual producto de la evolución haya sido generado por un proceso azaroso como la selección natural.
Un ejemplo clásico es el ojo humano, tan perfectamente adaptado a su función que durante años se usó como argumento a favor de la creación divina. Hoy sabemos cómo pudo surgir, por pasos paulatinos, a partir de estructuras más simples.
Otro ejemplo de estructura asombrosa en la naturaleza que parece diseñada por una inteligencia superior es el nanomotor que está en la base del flagelo de las bacterias, el cual les permite nadar. Es el único ejemplo de rueda con giro libre en sistemas biológicos. Sobra decir que conocemos la historia de su evolución y sin embargo, al estudiarlo uno no puede dejar de asombrarse ante la similitud que tiene con, por ejemplo, los motores eléctricos de diseño humano. Evolución e ingeniería llegaron, una millones de años después que la otra, a la misma solución.
Pues bien: desde 2013 se publicó en la revista Science un fascinante artículo, que acabo de conocer, en el que dos investigadores de la Universidad de Cambridge, Malcolm Burrows y Gregory Sutton, describen cómo el insecto saltarín Issus posee en sus patas traseras otro mecanismo que antes se creía exclusivo de las máquinas humanas: un par de engranes que le permiten brincar.
Durante un salto, los Issus juveniles pueden acelerar a una velocidad de 3.9 metros por segundo en solo dos milisegundos. Pero para eso sus patas tienen que moverse en una sincronía exacta, con una diferencia de no más de 30 microsegundos, o el insecto saldría girando sin control.
El problema es que para sincronizar ambas patas no basta el sistema nervioso de Issus, que transmite sus impulsos a una velocidad de un milisegundo. Demasiado lento. Lo que Burrows y Sutton hallaron es que los dos engranes de sus patas encajan perfectamente y aseguran que, cuando una se mueve, la otra lo haga simultáneamente.
Al parecer Orgel tenía razón: el ingenio humano siempre parece ir un paso atrás de la evolución.
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