¿Quién puede decir quién es un ser culto? ¿Cómo pueden medirse el saber y la ignorancia, frente al conocimiento infinito? Lo que sí es fácil averiguar es quién sabe hacer y para qué sirve la cultura.
En el segundo caso, se puede ser analfabeta, no saber leer ni escribir, para intuir que la cultura y la educación son las actividades que humanizan y convierten a las comunidades en civilizaciones.
Un caso mexicano poco reconocido es el de Francisco Villa, recordado solo por sus hazañas militares y no por su obsesión por que en cada lugar controlado por la División del Norte hubiese escuelas para los niños y de que el poder político debería estar en manos de los civiles y no de los militares, aun los que habían hecho la Revolución, bastan los ejemplos en ambos casos de las causas del rompimiento de la Convención de Aguascalientes y los esfuerzos escolares del villismo en Chihuahua, Parral y Canutillo.
A más de cien años, pese al legado cultural de Alfonso Reyes, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos; los muralistas José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, y las aportaciones de los exiliados españoles, argentinos y del mundo, la vida cultural en el México contemporáneo para alimentar el alma nacional ha decaído considerablemente y son pocos los que tratan de levantar su presencia.
Hoy, cuando más falta hace la cultura y la educación, es cuando más deteriorada se encuentra la figura del maestro y la actividad magisterial; cuando más se desprecia el patrimonio histórico y cultural que nos distingue; cuando los muros se llenan de símbolos indescifrables de jóvenes mudos e iracundos en la patria del muralismo.
En la Ciudad de México, luego del proceso electoral y el nuevo mapa político previsto legalmente, pero no contemplado políticamente, los que gobernarán deberán ser medidos no por iluminar, recoger basura y facilitar las actividades económicas (que son sus obligaciones), sino por su hacer cultural para los gobernados.
En primera será decidir el papel que juegan los derechos culturales de los ciudadanos y sus comunidades en su estructura administrativa y presupuestal, destinando el 2 por ciento que señala la Ley de Fomento Cultural en el DF.
Derivado de eso, será conocer los perfiles de los responsables de cultura en las 16 delegaciones y de quiénes integrarán y presidirán las comisiones de cultura de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y la Cámara de Diputados.
Ojalá que la competencia entre las fuerzas políticas sea por ver quién pone a los mejores, los más incluyentes y que sepan la trascendencia de para qué sirve la cultura.
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