Es de llamar la atención. En medio de la peor crisis de legitimidad de las instituciones públicas, ante una negra tormenta económica, mirando a un proceso electoral en Estados Unidos que, sí o sí, va a marcar una nueva época en la relación con México y después de años de crecimiento insuficiente, lo único que levanta manifestaciones masivas es la defensa de la “familia tradicional” frente a los derechos de homosexuales. Vaya.
Ni el hambre y la pobreza extrema, ni la insuficiencia de servicios de salud, ni el agotamiento de los sistemas de pensiones, ni la presencia de niños en la calles de todas nuestras ciudades, ni el desempleo creciente que desemboca en una calidad de vida decreciente, ni las olas de muerte de migrantes, ni el transporte público que nos convierte en ganado durante horas cada día, ni la inseguridad cotidiana de la población, han sido capaces de levantar a México. Sólo el repudio a la iniciativa sobre el matrimonio homosexual, acompañado de diversas expresiones del tristemente célebre asquito que le provocaban los gays a un gobernador.
Claro. Esas son las motivaciones nacionales. Ninguna calamidad importa tanto como el matrimonio homosexual. Nada importa tanto como para mover al país.
Por eso estamos como estamos, diría el clásico. Por supuesto que cuando los grupos homosexuales han pugnado por sus derechos, se les ha dicho: “En este momento no: hay prioridades”.
Hay que decir que Iglesia Católica lleva su buena parte de responsabilidad en este empobrecimiento de las prioridades de la sociedad mexicana. Sólo para esto utiliza sus estructuras parroquiales, en algunas diócesis sin recato: “Encabezan once marchas en ocho estados”, tituló Milenio el domingo.
Ante prójimos concretos con problemas concretos que luchan por sus derechos civiles, la iglesia Cat-Mex responde como si atacaran su existencia misma. Tantas cosas que dejan pasar y esto sí lo convierten en prioridad nacional. ¿No dará para más el mensaje cristiano?