Escójale. Ya están los candidatos. O si prefiere, tiene usted 29 semanas más para pensarlo, de aquí al 1 de julio de 2018. No es poco tiempo. Basta con que le dedique al tema una hora por día, 203 horas de aquí a entonces. Es mucho o no es tanto, según como se le mire. Yo digo que es muchísimo. Si por mí fuera, votaríamos de una vez el domingo: conocemos de sobra a Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade. Lo suficiente para decidir votar, abstenerse, anular el voto o votar en blanco, aunque esto último es peligroso, porque luego los mapaches cruzan las boletas en blanco, así que en esta ocasión sí votaré.
¿Por quién? Eeeeh… Pooor… Ok, no sé. Tal vez no vote…
Cuando no he votado en blanco, que para mí es una forma legítima de protesta inspirada en la novela Ensayo de la lucidez, de José Saramago (Alfaguara, 2004), siempre sufragué por quien enarbolaba políticas públicas cercanas a mi manera de pensar, a mis ideales, a mis convicciones, a mis principios. Ideas básicamente libertarias, progresistas, según yo.
Mi gran problema en 2018 es que no veo a ningún candidato proponiendo nada que tenga que ver con el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, a ninguno que hable sobre machismo y feminicidios. No veo a ninguno pronunciarse sobre los matrimonios igualitarios y sobre el derecho a adoptar de las parejas del mismo sexo. Nada. Tampoco sobre el derecho al buen morir.
De la inseguridad mejor ni hablemos, que no tienen idea, solo ocurrencias y descalificaciones. ¿Alguien habla de los desaparecidos y desplazados? No. ¿De secuestrados y extorsionados? ¿De la policía como una gran carrera profesional? ¿De legalizar drogas? ¿De depurar y rehacer las cárceles? No.
¿Del turismo como cimiento económico en las regiones? ¿De energía eólica? Menos.
Lo que veo son tres candidatos conservadores. Muy conservadores. Nuestro país siempre ha estado dividido en dos bandos, conservadores y liberales, pero en esta ocasión los tres candidatos son conservadores. Y si añadimos a los dos suspirantes independientes que pudieran colarse en la contienda (Margarita Zavala y El Bronco), igual. Ni un liberal.
Andrés Manuel anda con ropaje de progre, pero no lo es: es la derecha de la izquierda. Es un hombre cristiano, profundamente conservador. Es un hombre que enarbola el cambio, pero que no exhibe ni una sola política pública progresista, liberal. Cuando fue jefe de Gobierno nunca hizo algo que perturbara a la jerarquía católica. Los más derechosos votantes podrían estar tranquilos con él en el poder. En economía, ni un cambio serio de rumbo propone: acaba de ofrecer fundamentos idénticos a los que hay.
Lo mismo ocurre con el católico Ricardo Anaya: enarbola el cambio, pero en realidad es lo mismo que Andrés Manuel: un tipo conservador, muy conservador, que no tiene una sola política pública liberal. Lo suyo es lo de López Obrador: sacar al PRI de Los Pinos a punta de chanclazos, arguyendo que son corruptos e ineptos y él no. En lo económico y social, garantiza lo mismo que existe hoy.
José Antonio Meade es oootro candidato católico y conservador que tampoco inquietará a las buenas consciencias. Lo suyo es la continuidad del régimen y la salvaguarda del statu quo. Nada que mueva el orden establecido, mucho menos en lo policial, económico o social.
Si usted es de derecha, estará contento: gane quien gane, piénselo bien, ya ganó…
jpbecerra.acosta@milenio.com
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