Leo por todos lados que Dr. Meade es un buen católico, lo cual no sé si es bueno o malo: cada quien sus asuntos con Dios y las jerarquías eclesiásticas. Escucho que es un chilango de cepa. Quienes lo alaban dicen que es un caballero inteligente, sobrio, afable. Hasta culto. No lo sé. Discernir en medio de puras zalamerías no es fácil. Se trata, me explican, de un servidor público de 48 años que nació en Chimalistac, por ahí en San Ángel, y que ha sido, me juran, eficiente funcionario en dos gobiernos panistas: con Vicente Fox como director de Banca y Ahorro de la Secretaría de Hacienda, y director de Banrural; con Felipe Calderón, como subsecretario de Ingresos, secretario de Hacienda, y secretario de Energía.
Dr. Meade es economista (ITAM), doctor en Economía (Yale), y me dicen que las clases alta y media-alta de nuestra aristocracia política siempre estuvieron encantadas con el modesto personaje de los finos ademanes, que permaneció alejado de los reflectores. Dr. Meade, me informan, se enorgulleció todo el tiempo de ser “independiente”, capaz de servir a diestra y siniestra. Sus exégetas (¡cómo brotan estos días!) deslizan sutilmente que es una versión mexicanizada del joven presidente francés (39 años) Emmanuel Macron. Oui.
Un político del statu quo concebido para la sociedad. Eso dicen sus fans. El técnico que trata con legisladores, alcaldes, gobernadores y líderes partidistas. El señor que viaja en Metro y Metrobús. El caballeroso esposo de Juana Cuevas, mujer economista (ITAM) dedicada a la cultura, al arte, a la pintura.
Mr. Pepe es un abogado (UNAM) de ascendencia irlandesa. Dicen que algunos irlandeses, además de leer mucho e ir a los estadios de futbol, gustan beber en tabernas y golpearse con los ajenos. Que son amantes de bulear y alburear a otros. Sus afines niegan que Mr. Pepe sea así: dicen que él es pacífico e institucional, pero algunos verracos afirman que de ahí, del vulgo, vienen sus simpatías priistas: “Háganme suyo”, les dijo a las muy finas fuerzas vivas del PRI, luego de que el dedazo presidencial lo ungió. Y sí, en días pasados y este domingo lo hicieron muy suyo: campesinos, obreros, burócratas, jóvenes y mujeres del PRI, en cargada que más bien era bufalada, lo acogieron. Los licenciados del priismo nos regresaron a los 70, 80 y lo poseyeron como se acostumbra en el partidazo: unánimemente, sin disidencias, con mariachi, con matraca, confeti y loas sin parar.
“¡Pepe-presidente!”, coreaban al unísono los acarreados. Mr. Pepe es uno de nosotros, dicen sus huestes priistas, y por eso ha trabajado en dos gobiernos del PRI, presumen: con el de Ernesto Zedillo (Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro e Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB), sucesor del Fobaproa), y con el de Enrique Peña Nieto (secretario en Hacienda, Sedesol, Relaciones Exteriores). En las venas lleva el gen, el chip, el engrudo tricolor, me espetan los siete sectores del antiguo partido de Estado.
Dr. Meade es el hombre apartidista del cambio, el estadista que requiere México, dicen unos, postrados de hinojos, mientras le oran y le ponen incienso para que detenga al Peje.
Mr. Pepe, ahora sí, es el nuevo PRI, bufan otros. No el de los escándalos de corrupción y el cinismo. Ni el de las tentaciones autoritarias y los excesos electorales. Pero, al mismo tiempo, enfatizan que Mr. Pepe es… el candidato de la continuidad. ¿Qué? Ya no comprendo nada. Y se nos vienen encima 59 millones de spots, 9.3 millones de éstos del PRI, de Dr. Meade y Mr. Pepe. Qué vértigo. Tendré que releer al escocés Robert Louis Stevenson, a ver si entiendo algo…
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