Política

La corrupción genocida

  • De paso
  • La corrupción genocida
  • José Luis Reyna

La corrupción en México data desde siempre y, por lo que se ve, es inagotable. Se renueva, inventa prácticas nuevas, se moderniza. Nuestra clase política, la de hoy y la de ayer, la ha practicado con gran profesionalismo. Qué decir de nuestros juzgados donde no impera la ley, excepto la del mercado; un juicio lo gana quien tiene más recursos. La ley como mercancía. Los cuerpos policiacos que tienden, con algunas excepciones, a proteger a todos menos a los ciudadanos. La corrupción es tan antigua como la prostitución. Es una enfermedad, pero siempre encuentra el antídoto para no extinguirse. Peor aún, al observarla en el transcurso del tiempo se rejuvenece y, además, perfecciona sus procedimientos.

La corrupción tiene categorías. Las más simples, aunque no menos hemorrágicas para la economía nacional, son la mordida al policía de Tránsito, el moche a las autoridades por otorgar recursos públicos a particulares, los favores recibidos de compañías constructoras a cambio de obtener pingües beneficios, el desvío de los recursos públicos para la construcción de patrimonios privados son algunos ejemplos. Casi nunca castigados. La impunidad como garante.

Podría apuntarse también a algunos gobernadores que utilizan el presupuesto para financiar sus propios bancos (Chihuahua-Duarte) o que venden el patrimonio nacional para construir paraísos de playa (Quintana Roo-Borge). Sus desvíos están a la vista y, hasta ahora, viven de los mismos sin que, de hecho, sean molestados. Siguen en la vida como respetables ciudadanos. Así es nuestro sistema.

Sin embargo, hay una categoría corrupta que resulta innovadora. Se ha revelado que durante la administración del ex gobernador de Veracruz Javier Duarte, quien no se llevó los cascos de las cervezas consumidas porque no le cupieron en el tráiler de doble remolque que alquiló para el desvalijamiento, una nueva forma de corrupción emergió. Durante su latrocinio administrativo fueron aplicadas quimioterapias falsas a niños enfermos de cáncer. De ser cierto, el asunto podría calificarse de genocidio. Es entendible que su voracidad desmedida haya dejado en quiebra al estado de Veracruz. Pero de ninguna manera es entendible, y menos explicable, la administración de placebos a niños enfermos: es una forma de demencia: la pudrición no tiene límites.

Para llevar a cabo esta corrupción moderna, la administración de Duarte tuvo que rodearse de cómplices. Habrá que empezar investigando a los ex secretarios de Salud de esa entidad federativa. A los médicos que llevaron a cabo los tratamientos respectivos. A los proveedores. A los gobiernos anteriores de ese estado del país que no son, para nada, ejemplos de pulcritud. El presidente Peña Nieto llegó a considerar a Duarte como un ejemplo del nuevo PRI. Duarte tiene que ser capturado y enjuiciado, no solo por el cuantioso robo cometido, sino por su escasa (aunque físicamente abundante) humanidad, por su falta de ética, por ser la insignia de la corrupción renovada y modernizada, esa lacra principal que carcome a nuestro país.

jreyna@colmex.mx

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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