Tigre de papel es una expresión para designar “algo que aparenta ser una amenaza, pero que en realidad es inofensivo”. Mao Tse-Tung, el singular líder chino, utilizó ese término en una entrevista concedida a una periodista estadunidense, en 1956, para calificar al imperialismo de ese país. Mao consideraba que todos los reaccionarios y todos aquellos que incursionan en posiciones extremas son tigres de papel. De acuerdo con Mao, quien encabezó la Revolución china a partir de 1949, esos tigres son “superficialmente poderosos, pero propensos al desmoronamiento repentino”. Osama bin Laden, uno de los peores enemigos de Estados Unidos (y del mundo), abatido durante la administración del presidente Obama (2011), utilizó esa frase para definir a la milicia estadunidense: “Nosotros tenemos la religión, tenemos el Islam. Puede que el soldado americano tenga las mejores armas del mundo, pero en su interior hay un vacío espiritual; es un tigre de papel”.
Lo anterior viene a cuento porque, con el permiso de la especulación pero tal vez no lejano al acierto, Trump es un tigre de papel. En efecto, sus primeros días de gobierno se ha mostrado como un felino feroz, enseñándoles las garras y los colmillos a México, y al mundo. Lo anterior incluye a las instituciones de su país, la base de un consolidado régimen democrático. Este sistema, en unos cuantos días, se ha visto vulnerado por los desplantes amenazantes del nuevo mandatario del país vecino. Él está por encima de la ley.
El presidente estadunidense Richard Nixon (1969-1974) tuvo la visión de Estado para visitar la China de Mao. El viaje tuvo lugar en 1972, época plena de guerra fría. Nixon intuyó, con acierto, que China estaba deviniendo en potencia, por lo que promovió el establecimiento de relaciones diplomáticas con el gobierno de ese país asiático. Kissinger fue el artífice de esta negociación. Estados Unidos reconocería, entre otras cosas, que la isla de Taiwán es parte de China.
En efecto, China ha crecido significativamente. Se convirtió en una potencia económica, política y militar. Pese a que se rige por un obsoleto Partido Comunista (más de membrete que en realidad) el gigante asiático encabeza una cruzada por el libre comercio y el desarrollo del capitalismo. Trump, por ignorancia, desdeña a ese poderoso país. Incluso le ha hecho guiños a Taiwán, pretendiéndole reconocer una soberanía que, desde la perspectiva diplomática y política de China, es un desafío.
Trump quiere inventar su mundo. Las acciones que emprende para lograrlo (sus órdenes ejecutivas) no tardarán en devorarlo; una especie de auto-canibalismo. México ha sido útil para darle rienda suelta a esa fantasía. Sin embargo, no ha contado que China no es México. De muchas maneras, el gigante asiático puede demostrarle lo que antes pudo ser una especie de dicho retórico: Estados Unidos, bajo el influjo de Trump, puede ser un verdadero tigre de papel. Y nosotros, los mexicanos, estaríamos en la misma tesitura: Trump se desmoronará como el felino aludido ante los irracionales embates en contra nuestra. La condición para ello es nuestra unidad como sociedad.
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