México es, por desgracia, un país muy endeble. Esta coyuntura crítica por la que pasamos lo demuestra. ¿De qué tamaño es la debilidad?, por ahora, de escala incierta: una recesión, una crisis, un estallido social o una conjunción de todos: el país en su encrucijada. Trump le dice a Canadá que su gobierno construirá puentes. En contraste, el mensaje que nos envía es que edificará “hermosos” muros. Trump está en su derecho de construir lo que le plazca, como en las épocas remotas de amurallar un territorio para defenderse de los “bárbaros”. Lo positivo del muro es que nosotros, los mexicanos, estaremos a salvo de esa turba supremacista que no tiene raciocinio, solo instinto. No son todos los estadunidenses, por cierto. Solo aquellos infundidos de ese nacionalismo trasnochado en el que se ha montado el gobernante del país vecino. Trump puede hacer lo que quiera en su terruño. Construir su muro, con adornos, para que en verdad sea beautiful. A ellos los afectará, tanto como a nosotros.
Por nuestra parte, tendremos que estar dispuestos a enfrentar tiempos difíciles. ¿Qué hacer con los deportados? ¿Cómo defender a los connacionales que están bajo la persecución neofascista? ¿Cómo crear, aquí, nuevos empleos? ¿De qué manera habremos de enfrentar una probable guerra comercial? ¿Cuáles serían sus consecuencias? Por el momento es difícil contestar a estas preguntas. Tenemos infortunadamente un gobierno débil, por donde se le vea. Esta circunstancia es también una gran amenaza para nosotros. Tenemos una clase política sumida en la ilegitimidad. No hay liderazgos genuinos que conduzcan el enfrentamiento del reto que, irrefutablemente, tenemos que sortear. La sociedad, en muchos sentidos, no está cohesionada, tal como lo atestiguó la marcha del 12 de febrero. De la sociedad, sin embargo, habrá de nacer un liderazgo que conduzca la lucha: la utopía que necesitamos. Vibra México ya la ensayó. Tendrá que hacerlo otra vez, pues de ese fracaso relativo pueden salir lecciones que revigoricen a un país que está en uno de sus peores momentos históricos, explicado por factores externos y, peor decirlo, por los internos. Canadá sabrá resolver sus problemas. China y Japón también. Podrán afectarlos las medidas estadunidenses, pero su amplio margen de maniobra no los pone al borde de una crisis. A nosotros, sí. Nuestro margen de maniobra es, en extremo, escaso.
Con el tiempo se construyó una profunda dependencia con el vecino del norte en la que se supuso que podríamos ser, en el mejor de los casos, “vecinos distantes” (Alan Riding). Nunca estuvo, sin embargo, entre los supuestos posibles, que fuéramos definidos como vecinos incómodos y mucho menos indeseables. En este momento esa es nuestra realidad. Habrá que enfrentar la ofensa, no envueltos en un nacionalismo estrecho, sino con altura de miras que demuestre que, a pesar de ser el país débil en esta relación bilateral, podremos salir adelante. Depende de la sociedad, no del gobierno. Una encrucijada más en nuestra historia. No será la última.
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