El cartujo se santigua antes de abrir El clóset de cristal (Ediciones B, 2016), el libro de Braulio Peralta sobre la vida privada de Carlos Monsiváis. Teme encontrar revelaciones escabrosas, escenas nefandas, agravios a la memoria del gran cronista de nuestro tiempo, un maestro en el arte de la ironía, pero pronto su corazón se apacigua y el alma le vuelve al cuerpo: el libro es en realidad un homenaje al promotor de los derechos de los homosexuales en México, una crónica del movimiento gay, un testimonio de admiración a quien se involucró como pocos en la defensa de los enfermos de sida en los ochenta y noventa, tantas veces rechazados en los centros de salud pública y abandonados por sus familias.
Peralta escribe desde su propia experiencia, pero también acude a otras voces, a los recuerdos de parejas, amigos o incluso adversarios de Monsiváis para trazar un retrato inédito, intenso, conmovedor, por momentos divertido, del autor de Escenas de pudor y liviandad.
Monsiváis nunca se declaró públicamente homosexual, no quería ser encasillado ni en su trabajo ni en su activismo social. Pero todo el mundo sabía de sus preferencias y todo el mundo lo respetaba —dice Juan Jacobo Hernández, quien mantuvo con el escritor una relación de tres años. “Los chicos se le ofrecían”, agrega. Tenía el atractivo de la inteligencia y la fama —y, cuando era necesario, el poder para ayudarlos en sus carreras.
¿Quieres ser mi amigo?
Todavía con preguntas sin resolver sobre su sexualidad, a los dieciocho años Braulio conoció a Monsiváis en un local de Tacubaya donde se estudiaban y debatían asuntos relacionados con la cuestión gay. Poco después lo visitó en su casa, se deslumbró con su biblioteca y se asustó cuando quiso llevárselo a la cama, mientras en el tocadiscos sonaba una canción de Elvira Ríos. Ante las dudas del joven, impaciente, Monsiváis lo despidió de manera amable.
—Carlos, ¿crees que podríamos ser amigos? —le preguntó Peralta a punto de marcharse.
—Claro que sí. Aunque amigos, no sé… Seguro nos vamos a encontrar en el camino. Llámame cuando quieras —le respondió.
El movimiento gay, la izquierda, el periodismo, el trabajo de Braulio como editor los harían coincidir numerosas ocasiones. También el compromiso con los seropositivos en una época de miedo y desconcierto ante una enfermedad devastadora.
El libro exhibe la cercanía, críticas y disputas de Monsiváis con líderes y propuestas de los grupos homosexuales de la Ciudad de México; refiere su corrosivo sentido del humor, su gusto por ponerles apodos a todos: José María Covarrubias, fundador de la Semana Cultural Gay, por sus tartamudeos era El Tartas; el crítico de arte Olivier Debroise era Higadié Fraguá… nadie se salvaba de los lancetazos de su sarcasmo.
El clóset de cristal muestra a un hombre con sus contradicciones. No es una biografía sino una sucesión de hechos para comprenderlo en sus circunstancias, en la decisión de entregarse sin reservas al activismo, al trabajo intelectual en defensa de su comunidad; subraya su gran lucidez sin ocultar sus fragilidades en los territorios del deseo.
Entre brumas
Antonio Cué y Antonio Arellano refieren sus encuentros con él en el vapor general de los baños Mina y Rocío. El primero dice: “Me resulta violento saber, leer sobre Carlos Monsiváis y su visita a los baños públicos (…). Violento, sí, pero a la vez me da cierta ternura… Como si Carlos fuese dos personas distintas: una prestigiosa, dominada por una mente poderosa, con una memoria como un castillo inexpugnable, y otra como todos los gays, teniendo aventuras en los vapores con solo lo que se ve entre brumas”.
Arellano se encontró un viernes a Monsiváis en los baños Rocío. Luego de saludarlo, quiso apartarse, pero Carlos le pidió quedarse con él. “Yo quería estar solo —recuerda—, no iba a eso, a estar con Carlos Monsiváis en el vapor, y sin embargo vi en su mirada una gran soledad: incluso se quedaba solo allí, mirando a todos los demás muchachos que entraban y salían”.
El libro de Peralta, en vez de medrar con la historia secreta de Carlos Monsiváis, lo aleja del mármol, lo vuelve de carne y hueso, lo acerca a los lectores. Destaca su amistad con Nancy Cárdenas, fundadora del Frente de Liberación Homosexual en 1971, con quien firmó numerosos desplegados y manifiestos en defensa de los homosexuales mexicanos; habla de sus críticas a la resolución de Fidel Castro de crear en Cuba campos de concentración para enfermos de sida en 2001, de su apoyo para la publicación, en el periódico El Nacional, del primer y único suplemento en el mundo dedicado a reflexionar sobre el sida, de su afán de estar enterado de todo, de conocerlo todo; menciona a sus parejas y amantes, pero no se refocila en escenas íntimas ni acude al morbo para llamar la atención. Lo esencial en el libro es la intervención de Monsiváis, decidida, valiente, en el debate por la diversidad; su lucha contra los demonios de la intolerancia, cuyo regreso deberíamos lamentar todos.
Monsiváis no era un ángel y sus críticas podían ser certeras e hirientes, como en ocasiones eran sus carcajadas. “Eras terrible con los sentimientos —le escribe Braulio—, la razón era tu sentido (…). Y siempre la risa como respuesta crítica, como cuando respondiste un día a mi pregunta de por qué te reías de todo: ‘¿Qué, quieres que me suicide?’”.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.