Más allá del debate sobre la pertinencia o la utilidad del juego palindrómico (él ha preguntado para qué sirven un cuadro, una obra musical, una pirueta dancística), el caso es que se trata de un ejercicio cuya materia es humana, demasiado humana, es decir, la palabra, y ya con eso hay razón suficiente para tenerle aprecio, más todavía si aceptamos que al lado de la comunicación verbal común, siempre legible de izquierda a derecha, Gilberto y sus colegas nos convidan a celebrar el bello asombro de la lectura reversible.
Ese asombro terminó por estallar en 2010, año elegido por Gilberto para colocar su bandera en el Everest de la palindromía mundial.
Publicó tres libros: A la gorda drógala, que contiene más bien acercamientos al espécimen; Sorberé cerebros, un muestrario que da cuenta de la fervorosa práctica del palíndromo entre los usuarios del castellano; y Efímero lloré mi fe. Tuve ya la suerte de comentar los otros dos, y sobre este tercero se me acabaron los elogios.
Ahora bien, no los necesita, ni los míos ni los de nadie, pues Efímero lloré mi fe se defiende solo, con su pura corpulencia, pues se trata de un ladrillo con 26,162 palíndromos que posibilita en cualquier receptor, al principio, un rictus de incredulidad, y luego de respeto cuando se advierte que se trata de un monstruo, el más grande monstruo concebido en español con bichos textuales que caminan de ida y vuelta.
Efímero lloré mi fe es un libro que por peculiaridad hace imposible todo resumen.
La mejor manera de sintetizarlo, la única, dado que no se trata de una historia, es citando completas sus 484 páginas. Sólo reitero que estamos ante la presencia de un campeón olímpico, de alguien que en un caso específico de la infinita actividad humana tiene récords o al menos se instala entre los mejor ranqueados del planeta.
Alguna vez escribí un artículo sobre los palíndromos y era Gilberto el móvil invisible de aquella reflexión; denominé al palíndromo “arte para servilletas”, ya que muchas veces vi a Prado Galán escribirlos sobre una servilleta en el café Los Globos.
Hoy añado, pensando otra vez en Gilberto como modelo, que los palíndromos son un arte para Twitter, acaso el ideal entre todos los juegos con la palabra para un modo de comunicación que sólo admite 140 caracteres por envío.
Tenemos Efímero lloré mi fe como gigantesca base para leer palíndromos de Gilberto Prado Galán, y tenemos ahora Twitter como plataforma de despegue para muchas piezas más nacidas en su permanente fragua: @gilpg.
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