No conocemos los pormenores de las políticas que instrumentará Donald Trump y la magnitud de su impacto en las relaciones entre México y Estados Unidos, pero nadie duda de que, cuando menos en el corto plazo, serán lesivas tanto para nuestra economía como para los mexicanos que viven en aquel país. Pero los temores no se limitan a lo que pase en México. La incertidumbre sobre los equilibrios geopolíticos y militares; el libre comercio; la relación EU con China; los derechos de las minorías; los acuerdos multilaterales para hacer frente al cambio climático, y hasta el fortalecimiento de los nacionalismos y grupos fascistas en el resto del mundo son motivo de análisis en todos los medios internacionales.
Prácticamente no hay país ni tema que no haya entrado al territorio de la perplejidad o del franco miedo; los riesgos saltan por todos lados al mismo ritmo con que aparecen los tuits lanzados por Trump, al grado de que el director de la CIA, John Brennan —un funcionario muy serio y conocedor profundo de los asuntos de seguridad nacional—, le reprochó la irresponsabilidad con que emite juicios y advertencias,
ya que no mide las consecuencias de sus palabras.
No recuerdo un momento de tanta incertidumbre, desconcierto y temor a escala mundial. Como si de golpe la política hubiera abandonado todos los parámetros de racionalidad y de previsibilidad y el mundo entero se adentrara en territorios desconocidos. Sin duda, una parte del fenómeno tiene que ver con el hecho de que el puesto con mayor poder político del mundo esté en manos de alguien con la personalidad y los antecedentes del nuevo presidente de Estados Unidos —empresario sin escrúpulos, terriblemente ignorante, prepotente, misógino; los que saben de psicoanálisis dicen que se trata del trastorno de personalidad narcisista—, pero no debemos reducir el problema a su persona.
También hay que asignarle mérito a otros dos factores. Primero, el ascenso de la ultraderecha estadunidense poseedora de una visión del mundo maniquea, racista e ideologizada. El gabinete anunciado por Trump es un triunfo de esa corriente política. No se trata, pues, de un loco que se coló. Además, a este tipo de grupos corresponde una forma de hacer política: pura ideología; desprecio y violencia hacia los diferentes a quienes consideran inferiores; negación de la realidad, los hechos que van contra el dogma no existen. La victoria de la política fundada en lo que ahora llaman la “postverdad”. Eso facilita la campañas políticas y luego el ejercicio del poder fundados en mentiras. Populismo, fanatismo y postverdad, una mezcla funesta para la política de consecuencias terribles para la sociedad.
El segundo factor que interviene en esta ensalada que tiene al mundo en vilo es la combinación de amplios sectores sociales marginados de los beneficios de la globalización, desesperados y enojados por la incapacidad de la política tradicional de responder a sus demandas, con un discurso populista, que los atrapa y engaña con la simplificación que hace de la realidad: ponérselas en términos de buenos y malos y prometerles soluciones fáciles y rápidas.
Estos nuevos territorios de la política ya han sido pisados por otros países; Venezuela, el más cercano y trágico. La novedad y el peligro consiste en que ahora es el país más rico y poderoso de la tierra el que está por entrar al terreno de la política ficción, con el agravante de que Trump y sus seguidores creen que la solución de sus problemas pasa por la desgracia de países como el nuestro. En síntesis, el mundo va a entrar a un territorio en el que la ya de por sí escasa racionalidad de la política corre el riesgo de ser sustituida por la irracionalidad de la exclusión y del poder en bruto.