Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil leyó con un tedio muy parecido al que sintió Baudelaire la noticia de la celebración del centenario de la Constitución mexicana. Un teatro lleno de legisladores, políticos, hombres y mujeres muy elegantes. El discurso del presidente Peña insistió cien veces en la necesidad, la urgencia, la obligación, el menester de la unidad de México y los mexicanos. Las palabras del Presidente olían a naftalina, pues las fueron a sacar de Dios sabe qué ático. Faltaron figuras como “los emisarios del pasado” y “el desarrollo estabilizador” y faltó, no pudo llegar, el director del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, nadie vio al profesor Olivares Santana. La unidad es la unidad es la unidad y ya vámonos porque Trump nos quiere ayudar a eliminar a los bad-hombres del narco. Ya en serio: pocos conceptos, poca emoción, nada de carácter, cero liderazgo.
Por su poquedad, la celebración no mereció laudanzas de ningún cronista (¿qué les parece la prosa de Gilga? Aigoeeei.) Gamés sintió que había vuelto al pasado, que sobre el escritorio de finas maneras habrían depositado El Heraldo de México y el servicio doméstico habría retirado (ado-ado) las Últimas Noticias y el Ovaciones del día anterior dando noticias de Luis H. Ducoing, gobernador de Guanajuato, que Pedro Luis Bartilotti estaría en campaña allá en Sonora. Gil extrañó el discurso enérgico de Manuel Sánchez Vite, presidente del PRI. Discursos vetustos, políticos jóvenes pero añosos de todos los partidos y partidas. A Gamés el alma se le va a los pies y trapea con ella la duela de cedro blanco.
Pañales sucios
Gil se ha persuadido de que el señor Arne Aus Den Ruthen ha sufrido una lesión en el lóbulo frontal: no domina sus emociones, no tiene memoria de trabajo y además tiene una edad mental muy inferior a la biológica, su apariencia revela a un hombre mayor, un tanto adoquín por cierto. Primero sorprendió al legislador César Camacho y una brigada dirigida por él le aventó jitomates podridos. Dicen los que estuvieron presentes que lo que más le dolió a Camacho es que le mancharan uno de sus relojes de 600 mil pesos, pero esto no le consta a Gamés. A Arne Aus Then Ruthen le gustó la protesta y juró que asistiría al edificio del PRI para aventarle a la fachada pañales sucios. Y fue, y lanzó pañales en las instalaciones del PRI. La Secretaría Jurídica del PRI interpuso una denuncia penal contra Arne Aus Then Ruthen y su Brigada Poder Antigandalla por pandillerismo, asociación delictuosa y lo que resulte. Mal: nadie lo ha acusado de estupidez supina, de maximalismo idiota, de supuesta superioridad moral.
La lectora y el lector lo saben, este Arne le parece a Gamés un fanfarrón que dice defender causas ciudadanas y lo único que ha hecho es incordiar ciudadanos. Arne se siente con el derecho de castigar y sancionar a todo aquel que comete una falta administrativa, desde tirar basura en la calle hasta estacionar mal el coche. Lo mejor sería que Xóchitl Gálvez, delegada de la Miguel Hidalgo, le diera trabajo de nuevo para mantenerlo ocupado. La desocupación produce ideas idiotas.
Museo del Trago
Gil está triste, la cantina Dos Naciones ha cerrado sus puertas. En la calle de Bolívar se encontraba uno de los últimos lugares donde las meseras fichaban y bailaban y servían las copas. Subía usted una viejas escaleras y arriba no sé sabía que año ocurría: algo de los 60 con un toque setentero y un pizca de los 90. Cerraba al filo de las 5 de la mañana. Abrió sus puertas hace 70 años. Una noche, amigos que no malquieren a Gamés lo arrancaron de su mullido sillón y lo llevaron al Dos Naciones. Gil rayó la pista de baile: bailó algo de la Santanera, luego unas cumbias, más tarde el bolero romántico y al final, de a cartón de cerveza algún clásico de la desdicha. El cierre de la cantina Dos Naciones puede ser una señal ominosa de los tiempos que vienen: muchos Pata Negra, cientos de bares hipsters, cantidades de millennials que ignoran lo que han sido las ficheras y desean bailar punchis punchis y meterse una tacha. No somos nada.
Le mandaron a Gil este chiste estilo Trump: Vamos al motel, pero lo paga tu marido.
Gil s’en va
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