1. Desde que apareció El Código Da Vinci, de Dan Brown, en 2003, mucho daño se le hizo a María Magdalena. De ser como lo atestiguan numerosas fuentes reconocidas por su solidez, la primera gran evangelizadora de la Iglesia naciente, y la figura femenina por excelencia entre los seguidores de Jesús, pasó a ser su amante o esposa, y a tener al menos algún hijo con Él. Los profesionales en el estudio de la época en que ella vivió han desmentido de manera rotunda y categórica lo afirmado por Brown.
2. Sin embargo, y aunque parezca herejía y vaya en contra de la más pura tradición de nuestra Iglesia católica, de ser cierta esta tesis, quien más se hubiera alegrado sería la Virgen María... porque tal hecho la hubiera convertido en abuela. No se escandalice, por favor. Estamos acostumbrados a tratar con tal veneración y respeto a nuestra madre del cielo, muy merecidos ambos, que nos olvidamos a veces de que fue una mujer de carne y hueso, preservada, sí, del pecado original, pero tan femenina como cualquier humana.
3. Me explico. Entiendo que una de las experiencias más paradigmáticas en una mujer es convertirse en madre. Tal vivencia, la de la maternidad, la comparten incluso muchachas que no han llevado a su hijo en el propio vientre, pero que tratan y aman a sus sobrinos como si fueran sus propios críos. El papa Francisco en su AmorisLaetitia #173 valora las capacidades específicamente femeninas, entre ellas la maternidad, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Toda mujer, aunque no tenga hijos engendrados por ella misma, es madre.
4. De ahí que el amor de una madre es, a juicio de muchos, el único verdaderamente incondicional. Sin embargo, las mamás tienen una tarea por demás difícil, pues amar a sus hijos implicará, sí, cuidarlos y protegerlos, alimentarlos y acariciarlos, curarlos y animarlos a levantarse de sus caídas, pero también educarlos, llamarles la atención, enseñarles a manejar lo mismo las gratificaciones como las satisfacciones, regañarlos, amonestarlos, advertirles. Con las abuelas es muy diferente, pues ellas se dedican sólo a apapachar a los nietos.
5. El amor de las abuelas, y de los abuelos, es el que más se asemeja al amor de Dios: no exige algo a cambio y se manifiesta sólo con caricias. Es cierto que cuando una mamá platica de su hijo se le hace agua la boca. Pero cuando una abuela hace lo mismo un océano de orgullo y satisfacción le surge de sus entrañas. Pocas expresiones tan radiantes como las de una abuela mostrando el retrato del nieto, presumiendo su disfraz en el último festival del kínder, cargándolo y exponiéndolo para que la naturaleza, y con ella Dios, también se alegre.
6. Yo no creo que Jesús de Nazaret haya tenido descendencia con la Magdalena. Pero quizá la Virgen María, cuando veía a su hijo crecer y convertirse en un hombre, y atestiguaba el cariño tan especial que sentía por su gran amiga, no lo sé, pero imagino que en el fondo de su corazón y aun comprendiendo la misión que Él tenía, lo miraba con ternura y sin decírselo se lo decía: ¿Por qué no me hiciste abuela? Definitivamente lo que le faltó a María, para expresar aún más su inmenso cariño hacia nosotros, fue ser abuela...
7. Cierre ciclónico. Mañana es Navidad. Olvídese por una noche de los políticos que cada año se embolsan más dinero para desgraciarnos la vida. No se atormente pensando en cómo nos va a ir el año próximo, en la cuesta de enero, ni en cuál será la próxima locura que se le va a ocurrir a Trump. Disfrute de ese momento con su familia. Pida perdón o perdone, para que ya no existan rencillas. Regale sonrisas y abrazos, más que objetos. Celebre con alegría y sobriedad el nacimiento del Niño que viene a cambiar nuestras vidas.
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