1. …hace que Jorge Bergoglio asumió la conducción de la Iglesia católica. Su elección resultó sorpresiva, al no ser un europeo el nuevo sucesor de Pedro. Pero más asombro causó su manera de iniciar el papado, quitándole la pompa y el boato que se acostumbraba en las instalaciones vaticanas. Destacaron, en sus primeros meses a cargo, la sencillez y austeridad, la crítica severa a la corrupción interna, su solidaridad con los clásicos ausentes en la agenda evangelizadora reciente: pobres, homosexuales, divorciados vueltos a casar, etcétera.
2. Pues ya pasaron cuatro años, y si intentamos un balance de su gestión nos encontraremos con luces y sombras, al menos en la opinión pública. Por una parte, es un hecho que su figura y mensaje han encontrado una gran aceptación en el concierto internacional. Muchos católicos, cansados de la involución eclesial sufrida en las últimas décadas, han vuelto a confiar en una Iglesia encabezada por Francisco, más cercana a la gente, a sus problemas cotidianos, a sus gozos y esperanzas, como dijera el Concilio Ecuménico Vaticano II.
3. Fuera de la Iglesia también existe un amplio sector que ve con buenos ojos a este Papa. Goza de una autoridad moral reconocida por gobernantes de todo el mundo, y su voz impacta como hacía mucho no sucedía con el líder máximo del catolicismo. Su mensaje, lejano de los pronunciamientos cargados de academicismo, como sucedió con los papas anteriores, brilla por esa difícil combinación entre sencillez y profundidad, y ha recuperado la mordiente crítica del magisterio eclesial, sin caer en las condenas y anatemas del pasado.
4. Pero no faltan críticos que lo ven como propulsor de una revolución más cosmética que consistente. Como un gatopardo clérigo, busca que todo cambie para que nada se modifique, ilusionando a una sociedad crédula y sensiblera. Predica el acogimiento para parejas irregulares, pero no les permite acercarse a la comunión; levanta la voz en favor de los derechos femeninos, pero sigue cerrando el acceso de las mujeres al sacerdocio; no juzga a los gays, pero tolera que se les expulse de los seminarios. Ha hecho suyo un neologismo: el papulismo.
5. Me parece que sus críticos no atienden a una característica fundamental en este Papa y que, es cierto, desconcierta a muchos: no quiere imponer cambios radicales basados solo en la obediencia a su autoridad. Busca el convencimiento más que la sumisión, y apuesta por escuchar más de lo que habla. No solo ha tolerado a sus detractores –cardenales incluidos–, sino que los ha impulsado para que expresen sus oposiciones de manera abierta y frontal. Se concibe a sí mismo como el líder que busca ser imitado, y no ser temido.
6. ¿Logrará Francisco su objetivo? Quizá no, pues las resistencias internas son inmensas, casi infranqueables. Además, muchos de nuestros débiles apoyos a su persona no pasan de ser tímidos aplausos sin compromiso, respaldos que nos hacen aparecer como liberales y antidogmáticos, pero que no se reflejan en la cotidianeidad de nuestras vidas, que no trascienden a nuestros entornos. Han sido, entonces, cuatro años muy difíciles, y los que vienen parecen aún más. Ojalá y no se canse de luchar.
7. Cierre ciclónico. El denigrante video que muestra el maltrato y la vejación a algunos presos –¿no existe una ley que prohíbe esas difusiones en los medios de comunicación?–, en el penal de Apodaca o del Topo Chico, mantiene viva la tesis tantas veces expuesta: son los reos de algún cártel en turno quienes controlan esos reclusorios, aunque lo nieguen de manera reiterada las autoridades. Una nueva tragedia se está incubando en esos centros penitenciarios, y pareciera que no les preocupa a los responsables de su atención.
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