Las historias se empiezan a acumular.
El cliente de un restaurante italiano en San Antonio después de pagar en efectivo escribió en la nota que la comida estaba rica, el servicio muy bien, pero que como el dueño era “mexicano”, él nunca volverá.
Leo a mi sobrina, nacida en Estados Unidos, cuyos padres son ambos profesionistas, inmigrantes y desde hace muchos años ciudadanos estadunidenses. Después de un juego de basquetbol ella y sus compañeras son insultadas por el equipo contrario como brownies y las jovencitas asiáticas como Chinas Won Ton. Leo las agresiones que me cuentan amigos de Houston, donde viví feliz muchos años, de agresiones en la calle de blancos a paisanos en este fin de semana de futbol americano. Están las historias del endurecimiento verbal, en algunos aeropuertos, de parte de agentes migratorio y de aduanas.
Todo parte de la “normalización” de Trump en la Casa Blanca.
En estos días, vale la pena volver a leer el texto del escritor e historiador del arte estadunidense Teju Cole publicado en la revista de The New York Times el 11 de noviembre pasado titulado “Tiempo de negarse”.
Cole utiliza la obra de teatro clásica de Eugene Ionesco, El Rinoceronte, para hablar del nuevo tiempo americano. Resumo a riesgo de simplificar. La obra sucede en un pequeño pueblo francés donde un día aparece un rinoceronte. Los personajes de la obra, desde un café, comienzan a discutir si en verdad vieron lo que vieron o si fue su imaginación, y empiezan a hacer especulaciones absurdas sobre si están locos o si deben ser tolerantes frente a la aparición del rinoceronte.
Conforme la obra avanza, los habitantes del pueblo empiezan a desarrollar piel de rinoceronte, a algunos les crecen cuernos, se van volviendo rinocerontes.
Cito a Cole: “Es una epidemia de ‘rinoceritis’. Casi todo el mundo sucumbe: los que admiran la fuerza bruta de los rinocerontes, los que no creían en los avistamientos, los que inicialmente les parecieron alarmantes. Un personaje declara: si vas a criticar, es mejor hacerlo desde adentro. Y así él se somete voluntariamente a la metamorfosis, y no hay vuelta atrás para él”.
Al final de la obra, el único personaje que no sucumbe a la epidemia se siente como un monstruo por no haberla padecido. Él es el diferente.
Twitter: @puigcarlos