Cultura

Unica Zürn y el erotismo salvaje

La vida de esta artista alemana con su pareja, Hans Bellmer, ayuda a trazar el camino recorrido por el arte moderno y el surrealismo en el siglo XX europeo.

"Yo, la gran ensimismada, la que surca la materia espiral de un pensamiento, la que unge los espejos de rasguños, la que vivió una vida más alta, y murió una muerte más pura". Este es el final de uno de los poemas de Unica Zürn, una mujer que se movía dentro de un complejo territorio artístico que tocaba la poesía, la novela, los anagramas y el dibujo, al tiempo que se prestaba, se entregaba, se dejaba someter por Hans Bellmer, un artista polaco de la órbita del grupo Surrealista —autor de una escalofriante serie de muñecas descuartizadas y reconfiguradas—, que vaciaba en Unica su activa erotomanía.

El final de ese poema: "Y murió una muerte más pura", no es solo una idea que aparece repetidamente a lo largo de la obra de Unica Zürn, es el rumbo, el punto final de su vida que vislumbraba desde años atrás, desde las habitaciones de los manicomios, en Berlín y en París, en los que estuvo internada. Esa muerte más pura la encontró arrojándose por la ventana.

Unica Zürn nació en Berlín en 1916. Era hija de un Oficial de Caballería que abandonó su carrera militar para reconvertirse en editor y periodista. En 1931, en pleno ascenso del partido Nacionalsocialista, que lo contaminaba todo, trabajó en la UFA, el principal estudio de cine alemán durante la República de Weimar y el Tercer Reich, escribiendo guiones de películas publicitarias. En 1942 se casó con Erich Laupenmuhlen, tuvo dos hijos a los que pronto perdió de vista, igual que al marido, absorbida por las tentaciones de la noche berlinesa que en esos años se concentraba en el cabaret La bañera y en la Galería Springer, que exponía la obra de los artistas europeos de vanguardia. Igual que su padre, dejó su trabajo anterior para convertirse en periodista y en 1953, en esa noche berlinesa que la absorbía, conoció a Hans Bellmer, quien nació en Polonia en 1902 y llegó a Berlín después de haber cumplido con la terapia que le había impuesto su padre: trabajar de obrero en una mina, con la idea de alejarlo de sus proyectos artísticos y de sus veleidades revolucionarias que en Katowice, la ciudad en la que vivían, estaban muy mal vistas. La terapia del padre no dio resultado, más bien puso en ebullición las ideas de su hijo que bajó travestido del tren que lo llevó a Berlín: con maquillaje, los labios pintados de rojo y un coqueto bombín.

Ya instalado en Berlín, Bellmer se relacionó con Lotte Pritzel, una célebre creadora de muñecas que hacía piezas de todos los tamaños, invenciones suyas y también encargos especiales, por ejemplo el del pintor y poeta austriaco Oskar Kokoschka, que buscaba paliar el daño que le había producido el final de su tortuoso romance con Alma Mahler. Alma, la mujer más deseada de la época, había huido del turbulento amor de Kokoschka, que con frecuencia rozaba la locura. Su amante había desaparecido, y Kokoschka le pidió a Lotte una muñeca de tamaño natural que fuera idéntica a la mujer que lo había dejado. Al final terminó haciéndola Hermine Moss, otra creadora de muñecas, un poco más siniestras que las de Lotte, que le construyó una reproducción aproximada de Alma Mahler, de su misma estatura y parecida complexión, pero en lugar de piel la cubrió por completo de plumas, cosa que desconcertó mucho al pintor.

En ese entorno, Hans Ballmer descubrió su pasión por las muñecas y, mientras Kokoshka, para paliar la frustración que le habían dejado las plumas se pintaba a sí mismo abrazando a su ex amante en el famoso cuadro La novia del viento, Bellmer se puso a trabajar en sus propias muñecas, en especial en una, la primera de su serie Poupées, que terminó enemistándolo con el Reich y obligándolo a emigrar a París. Esta muñeca era en realidad cuatro piernas de tamaño natural, con zapatos y calcetines de niña, unidas por la cadera. Bellmer era, hasta ese momento, ingeniero y diseñador publicitario, pero por aversión a Hitler había decidido abandonar todo trabajo útil al Estado: "voy a construir una muchacha artificial de posibilidades anatómicas susceptibles de refisiologizar los vértigos de la pasión". Esto escribió Bellmer sobre su muñeca de anatomía caleidoscópica. También ayudaba la obsesión que tenía por Úrsula, su sobrina adolescente. Más adelante, a una de sus muñecas le hizo un agujero en el ombligo y puso dentro una luz que iluminaba seis pequeñas cajas, que se activaban apretando un botón en el pecho izquierdo. Las cajas contenían imágenes del microcosmos de las niñas, azucarillos, un pañuelo manchado y otras imágenes trágicas, de mal sueño infantil, como un barco naufragando. El pequeño agujero que hizo en el ombligo de la muñeca era el desplazamiento de su sexo, que colocaba más arriba para que, con un mejor ángulo, el ojo penetrara como un falo en el cuerpo de la muñeca.

Hans Bellmer llegó a Francia en 1938 y estuvo recluido en el campo de concentración de Les Milles hasta 1940. Puede ser que ahí, de tanto convivir con las alambradas, haya concebido ese cuerpo encordado que ensayaría más tarde en el cuerpo de Unica Zürn. Unica, por su parte, asfixiada por el ambiente nazi que reinaba en la ciudad, esperaría a Bellmer en París, después de abortar el hijo que le había dejado.

En París, Unica se dedicó a formar anagramas, a estudiar la Cábala, a escribir sus textos altamente autobiográficos, poemas y novelas, y a tener experiencias íntimas con mujeres y hombres, uno de ellos Alexander Camaro, pintor y bailarín también polaco, que la orientó en la técnica de esos dibujos misteriosos, retorcidos, llenos de imágenes oníricas y de trazos milimétricos y obsesivos, que hoy son parte del corpus estrambótico de su obra. Unica dibujaba criaturas fantásticas, híbridos de vegetales, animales y criaturas antropomórficas. Más tarde se fue a vivir al departamento de Bellmer, donde compartió protagonismo con las muñecas que ocupaban el salón y las habitaciones e, incluso, se conviertió en una de esas muñecas.

En su novela El hombre jazmín, publicada póstumamente en francés, en 1971, narra en tercera persona las impresiones de su enfermedad mental que ya comenzaba a manifestarse. La protagonista tiene una relación imaginaria con un hombre mayor, sigue sus instrucciones, se pliega al rumbo que le va marcando otra voz, como hacía ella misma con la voz de Bellmer.

En 1962 y 1964, Unica expuso su obra plástica en París, y años después de su muerte, en 1998, hubo una importante retrospectiva de su obra en Alemania. Gracias a su relación con Bellmer entró en contacto con Man Ray, Marcel Duchamp, Marx Ernst, Hans Arp, Georges Bataille y Henri Michaux, de quien estaba enamorada y quien, por cierto, aparece como H.M. en su novela El hombre jazmín.

En 1957 la esquizofrenia empieza a adueñarse de Unica. A partir de entonces buena parte de su vida transcurre en las habitaciones de diversos manicomios. Henri Michaux le llevaba material de dibujo para que aprovechara el tiempo en esas temporadas de reclusión forzosa. Los dibujos y sus textos de ese periodo están llenos de sus experiencias en los hospitales psiquiátricos.

En 1958, Hans Ballmer la convierte en definitiva en una de sus obras, en una muñeca sometida por el bondage sadomasoquista, inspirado por la línea de exploración erótica de su amigo Georges Bataille. Unica estaba ya en un peligroso estado de indefensión psíquica, era incapaz de lidiar con los aspectos prácticos de la cotidianidad, y con la gestión de su obra; dos tareas que asume Ballmer a cambio, o eso es lo que parece, de que Unica se prestara como modelo para el desarrollo de su obra. Él batallaba, en su departamento parisino lleno de muñecas, por aniquilar la separación entre la mujer y su imagen, y para esto reducía a la sumisa Unica al papel de víctima. La serie que produjo esta batalla es una sucesión de fotografías titulada Unica Ficelée (Unica atada, encordelada), en donde la artista alemana aparece desnuda y fuertemente atada con una cuerda que provoca aparatosas hendiduras en su carne, en los muslos, en los pechos, en los labios. Unica, que llama a esta serie La Venus d'Ermenonville, aparece ahí metamorfoseada, convertida en el objeto del erotismo salvaje de Hans Bellmer, que escribe a propósito de esa serie: "El tú se des-realiza a favor de una imagen asimilada al yo: lo mismo que el jardinero obliga al boj a vivir bajo la forma de un cono, una bola o un cubo, el hombre impone a la imagen de la mujer sus certezas elementales".

En la novela Primavera sombría (1969), Unica escribe, siempre en clave autobiográfica, sobre el despertar sexual de una joven: "Ella desea con todas sus fuerzas a un hombre violento y brutal". Después la presenta a ella masturbándose con unas tijeras. Más adelante ella sueña, se ve a sí misma rodeada de hombres con capuchas, vestidos de negro, que la violan con un cuchillo que, al final, resulta ser la lengua de un perro. "Los dolores le producen placer (....) con voluptuosidad nota la profunda incisión de los cordeles en su carne", escribe Unica, mientras Hans Beller escribe la réplica en uno de sus textos (Die anatomie der Liebe): "Un hombre, para transformar a su víctima, había encordelado sus muslos, su espalda, su pecho, con un hilo de fierro entrecruzado y muy apretado (....) provocando hinchazones de carne, (....) alargando pliegues y labios improbables, multiplicando senos jamás vistos".

El final de la historia está a la altura de la vida extrema de Unica y de Hans. En 1970, como vislumbraba en el verso con que empezó esta historia, Unica Zürn se lanza por la ventana del departamento que compartía con Bellmer en París. Bellmer llevaba años paralizado en una silla de ruedas y, sin poder hacer nada, vio como Unica se precipitaba al vacío. No está de más hacer notar que Unica, que fue siempre la parte pasiva de la pareja, dejó a Bellmer, con ese salto mortal, atado a una ingrata pasividad. Hans murió cuatro años después, en 1974, y lo enterraron en el cementerio Père-Lachaise, junto a ella. El epitafio de esa tumba común es una línea de Cumbres borrascosas, esa novela que adoraban los surrealistas: "Mi amor te seguirá hasta la eternidad".

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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