Aquella tarde del 17 de diciembre de 1997, en la Casa de Alvarado, en Coyoacán, cuando Octavio Paz inauguraba la fundación constituida con su nombre y se despedía tanto de la comunidad literaria como de la Ciudad de México, en una reunión solemne con los poderes económicos y políticos de nuestro país (estaban empresarios renombrados y el presidente de la República), ocurrieron dos hechos menudos pero inolvidables: a la mitad de su discurso, el autor de Piedra de sol hizo un alto, miró las nubes en las corrientes del viento y, en un “desvarío”, las exaltó. Después siguió adelante y, luego de unos minutos, se detuvo otra vez al oír un ruido de cáscaras. Atrás de él, una lagartija con su sinuoso paso de dragón descarapelaba el muro de la casa. Los nubarrones y el diminuto lagarto convocaban no solo símbolos de la poesía de Paz sino signos fundamentales de su vida. Muchos años antes, había escrito, en concordancia con Luis Cernuda, “Adolescencia,/ país de nubes” y, bajo el credo surrealista, “Salamandra […] astro fijo en la frente del cielo”.
Los idilios salvajes. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, tomo 3 (Ediciones Era/ DGP) de Guillermo Sheridan, vuelve a estas cifras y las devela. Es un texto notable porque aporta la revisión rigurosa de un amplio fondo de investigación, sobre todo las cartas a Elena Garro y Bona Tibertelli de Pisis, y establece con claridad la interrelación entre esas correspondencias —y otras que ya conocemos— y la poesía de Paz. Asimismo, con una prosa ágil, a veces abrupta y siempre perspicaz, Sheridan expone el germen de una escritura que nunca deja de entrelazarse con lo otro o, mejor dicho, con la presencia de la otra voz. Es fascinante cómo en este libro podemos comprender de forma cabal, con ayuda del psicologismo jungiano —pero también a pesar de él—, el salto del amoroso entorno interior del abrazo materno al apersonamiento de otras figuras y deidades de la feminidad. Sheridan muestra las conjunciones entre Paz y su madre y, al mismo tiempo, las metamorfosis (desarrollo de la grávida matriz original) que representan al principio las exploraciones infantiles en las ramas de la higuera; después, en la juventud, la aparición de Elena Garro; más adelante, la llegada de “la estación violenta” con Bona Tibertelli de Pisis; y, al final, el encuentro de Marie–José Tramini. El lector podrá no ver o confundirse con el ventarrón de las filosofías, los arquetipos psíquicos colectivos, las geometrías estéticas, las multiplicaciones mitológicas o, simplemente, las fechas, pero advertirá seguro que en Paz —primero de manera intuitiva, después en una sentencia— el amor, lo sagrado y la poesía cobraron forma real en la reunión de los opuestos a la sombra del encuentro con la mujer. De ahí que la sucesión de los nombres femeninos es, en términos de poética, una sucesión de metáforas y Sheridan las ha descifrado. En el centro del tomo 3 está Piedra de sol. ¿Cuál es su significado? Ya lo sabemos por el propio Paz: el árbol y el río, la quietud que es inquietud, la fijeza en movimiento y a la inversa. Sheridan, echando mano de la contraposición proteica, explica la escritura de Paz y la manera como éste vivió el tiempo. Quizá la “divina pareja”, cristalizada en el obelisco de números y caracteres giratorios del poema, también nos permita entender, otra vez en palabras de Manuel José Othón, el “disgusto de sí mismo” y, en esa medida, la hibris de la larga composición y la profunda inconformidad de Paz.