Si a alguien le gusta el futbol, seguramente quedará muy agradecido con quien le regale un boleto para la final de la Liga de Campeones. Si invito a un amigo de buen comer a cierto restaurante que tiene los mejores comentarios de los comensales, sin duda aceptará gustoso. En igualdad de posibilidades, un amante de los museos de arte preferirá visitar el Museo del Prado antes que la Pinacoteca de Nuevo León. Quien ama los lujos gusta de los Ferraris por encima de los Tsurus. Y así, según sean nuestras aficiones y pasiones, trataremos de alcanzar lo más alto o refinado o sabroso o emocionante, según nos permitan las circunstancias, el bolsillo o nuestra capacidad de seducir.
Y sin embargo por ahí hay algunas estirpes que se comportan de otro modo: ahí están, por ejemplo, los lectores.
Hay libros que son un Real Madrid–Barcelona, pero los lectores eligen con suma frecuencia un partido llanero de Mueblerías González vs. Colchones Barrera. Hay libros que son suculentos como puede ser un restaurante de estrellas Michelin o apasionantes como unos maravillosos tacos de lengua, pero hay lectores que eligen el consabido gansito con refresco de cola. Hay libros que son edificantes como el Museo Nacional de Antropología e Historia, pero hay también lectores que prefieren un museúcho del horror. En resumidas cuentas: hay clásicos que quedan sin leerse mientras el lector impuro elige leer mamarrachadas.
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[OBJECT]El amante clasemediero de los vinos sabe que muchas maravillas están fuera de su alcance. Sin duda sentiría gran goce si pudiera beberse un Chateau Margaux 2009, pero a cien mil pesos la botella es un lujo que solo algún político corrupto puede darse en México. Ese pobre entusiasta de los vinos seguramente verá pasar su vida sin probar un Chateau Lafite o un Petrus, sea del año que sea. En cambio en cuestión de literatura, lo mejor suele salir más barato.
Pensemos en un gran vino de España: el Vega Sicilia. Imaginemos que en una tienda tienen dos botellas. Una contiene el vino original y cuesta diez mil pesos. En la otra se ha adulterado el vino: le echaron agua, un poco de azúcar, dos gotas de limón y algunos mililitros de Padre Quino. El vendedor nos aclara que debido a tan burda adulteración, el vino cuesta el doble: veinte mil pesos. Por supuesto nos parecerá una broma.
Ahora piense usted en un gran libro de España: Don Quijote. Una buena edición excelentemente cuidada y comentada anda por los doscientos pesos. En cambio las bazofias adulteradas, recortadas y edulcoradas de Andrés Trapiello y Pérez–Reverte superan los quinientos pesos. No entiendo la broma.
Lo cierto es que el mayor lujo que se puede dar el ser humano es leer. Y además se puede dar el lujo de leer lo mejor. En nuestras casas no podemos tener las diez mejores obras plásticas, ni en la cochera los diez mejores autos, ni los diez zapatos más finos, ni las diez perlas más codiciadas, ni los diez relojes más floridos. Pero sí los diez mejores libros. También los cien mejores libros. Y los mil mejores libros y hasta más. ¿Por qué, entonces, habríamos de conformarnos con menos?
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