El modisto español Cristóbal Balenciaga (Getaria, 1895–Alicante, 1972) solía repetir: “una mujer no tiene la necesidad de ser perfecta ni hermosa para llevar mis vestidos. El vestido lo hará por ella”. Al conjugar la maestría técnica con la perfección estética, las creaciones del diseñador vasco ofrecieron la fórmula para hacer a una mujer bella y elegante.
Su pericia en la construcción de las prendas y el esmero en los acabados convirtieron a Balenciaga en un innovador radical. Revolucionó la silueta femenina al realizar cortes diferentes que dieron relieve a partes del cuerpo que entonces carecían de protagonismo como la nuca, los antebrazos y las muñecas. Antes de Balenciaga, la moda había enfatizado invariablemente el pecho, la cintura y la cadera. El creador envolvió el cuerpo con volúmenes que trazaron formas fluidas y contornos deslumbrantes. Sus diseños de exquisito lujo embellecieron y singularizaron a las mujeres sin importar si éstas eran hermosas o no.
Desde finales de abril y hasta principios de septiembre, el Museo de Arte Moderno (MAM) de la Ciudad de México presenta Cristóbal Balenciaga, exposición que permite un atisbo a la obra del icónico modisto cuya estética se basó en la sobriedad y pureza de líneas. Curada por el español Javier González de Durana, ex director del Museo Cristóbal Balenciaga en Getaria, se conforma por una selección de 68 de las más de 10 mil piezas que confeccionó el modisto durante varias décadas.
Entre otras creaciones, como abrigos, sombreros y mascadas, podrán admirarse algunos de los vestidos que dieron celebridad al modisto como el “vestido de cocktail en gros de Nápoles, drapeado en turquesa”. Confeccionado en 1956, fue determinante en la estética de la moda del siglo XX.
La curaduría destaca el valor artístico de los diseños: el vestido baby doll que eliminó el talle con líneas muy sencillas, su famosa “línea barril” que perfeccionaría a través de los años, sus aportaciones técnicas como el despegue del cuello de la nuca. Corte, técnica y líneas que prevalecen en la actualidad y que hicieron de Balenciaga un creador atemporal.
En la exposición se exhiben, además de 31 fotografías de Manuel Outumuro, 51 figurines de colecciones particulares de España y México que dejan ver un minucioso proceso de diseño y confección. El modisto vasco transformó el trabajo manual más que en un oficio en un arte, diferenciándose así de sus contemporáneos, quienes difícilmente se dedicaban a terminar una prenda con sus propias manos.
Para contextualizar la obra de Balenciaga, el MAM realizó un juego de resonancias entre los diseños del maestro vasco y algunas pinturas del acervo del recinto, como los retratos de Lupe Marín y Gilda Blanca Pasarelli de Antebi, de Diego Rivera; el retrato de Enriqueta Rojas de Gual, de David Alfaro Siqueiros; y el Retrato de mujer, de José Clemente Orozco.
Solo para multimillonarias
“Si Christian Dior era el modisto de las millonarias, Cristóbal Balenciaga era el de las multimillonarias”, se decía reiteradamente en el mundo de la alta costura. La frase describe la cartera clientelar de ambos creadores durante el apogeo de sus diseños, que tuvo lugar entre la década de 1940 y finales de la de 1960. Las seguidoras de la firma española confirmaban el dicho: eran poseedoras de grandes fortunas, títulos nobiliarios o descollantes carreras artísticas. Portar una prenda de Balenciaga significaba vivir la experiencia del lujo y era el símbolo de su estatus y su estilo de vida.
Procedente de una familia pobre de Getaria, un pueblo pesquero de la costa vasca, la inclinación de Balenciaga por la aristocracia surgió a la par de su precoz fascinación por la costura, que aprendió de su madre, quien al enviudar sostuvo a sus cinco hijos confeccionando prendas de vestir. Muy joven, fue contratado como aprendiz de sastre en San Sebastián, un lugar de veraneo popular entre la nobleza y las altas clases europeas, lo que le otorgó cierta cercanía con la realeza y le permitió asimilar los gustos artísticos y estéticos de la época.
La prestigiosa revista Paris Match publicó en 1968, cuando el modisto anunció su retiro, una anécdota contada por el propio Balenciaga sobre ese capítulo de su vida: “Mi padre era pescador, mi madre una costurera del pueblo. Mi suerte fue que en mi pequeño pueblo (Getaria), cercano a San Sebastián, se encontraba la residencia de verano de una gran dama, la marquesa de Casa Torres. Yo no tenía más que ojos para ella cuando llegaba a misa el domingo, con sus largos vestidos y sus sombrillas de encaje. Un día, reuniendo todo mi coraje, le pedí visitar sus armarios. Divertida, aceptó. Y así viví meses maravillosos: cada día después del colegio, trabajaba con las planchadoras de la marquesa en el último piso de su palacio de verano, acariciaba los encajes, examinaba cada pliegue, cada punto de todas estas obras maestras. Tenía 12 años cuando la marquesa me autorizó a hacerle un primer modelo. Podéis imaginar mi alegría cuando, al domingo siguiente, la amable dama llegó a la iglesia luciendo mi vestido. Así fue como hice mi primera entrada en la alta costura y en la alta sociedad”.
La relación con la marquesa fue un factor determinante en su trayectoria. En 1917 abrió su primer taller en San Sebastián, en 1924 su primer establecimiento en Madrid y un año después se instaló en Barcelona. Su prestigio fue aumentando entre los miembros de la nobleza europea. La reina María Cristina de Austria y la reina Victoria Eugenia se contaban entre su, desde entonces, selecta clientela.
A París
Tras el estallido de la Guerra Civil en España (1936–1939), Balenciaga se exilió en París. Ya era un referente imprescindible de la moda.
Cuando en 1937 presentó su primera colección obtuvo un rotundo éxito. Sus creaciones demostraron que el secreto de la elegancia radicaba en la eliminación de lo superfluo. La pureza de líneas, el desarrollo de los volúmenes y la reinterpretación de la tradición española constituyeron un parteaguas que determinó el rumbo que tomaría la moda de esa convulsionante época.
Como parte de la exposición, el MAM presenta un documental que recrea los hitos en su vida y trayectoria. De particular interés es la descripción del mundo de la alta costura cuando París era el eje de la misma.
En los años cuarenta, la escena estaba dominada por tres nombres: Christian Dior, Coco Chanel y Cristóbal Balenciaga. Con su colección New Look, en 1947, Dior estremeció al mundo al capturar a la perfección el deseo de vivir y de recuperar el sentido del lujo anterior a la guerra. Sus diseños se distinguieron por los talles finos y los hombros remarcados. Era la exaltación de la sensualidad tras los años de austeridad. Su éxito fue, según describe la proyección del MAM, como una “explosión arrolladora, porque arrollador era el deseo de sentirse vivos”.
Por su parte, Chanel representó la modernidad de su tiempo, la ruptura con la rigidez en el vestir y una cierta vuelta al desenfado de la década de 1920, “una elegancia informal acorde con la idea de una mujer activa deseosa de libertad y de independencia que no renunciaba por ello a la sofisticación de la vida social”.
Frente a ellos dos, el encanto de Balenciaga, más que en la osadía, radicaba en un concepto ininterrumpido en el tiempo basado en el conocimiento de tres elementos: el tejido, la técnica del corte y el cuerpo femenino. Sus creaciones eran una conjugación de las artes: “un modisto debe ser arquitecto para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo en el sentido de la medida”, aseguraba.
La influencia del arte, particularmente de la pintura, fue insoslayable. La obra de artistas como Goya, El Greco, Velázquez, Zurbarán y Picasso inspiró al creador y fue definitoria en la técnica del corte y en la gama cromática. No pocos especialistas llamaron a Balenciaga “el Picasso de la moda”. Fue el caso del fotógrafo y modisto británico Cecil Beaton, quien señaló: “como Picasso, Balenciaga guarda un profundo respeto por la tradición y posee un depurado estilo clásico que subyace a todos sus experimentos con lo moderno”.
“Arquitecto de la alta costura”
La influencia en sus contemporáneos y en modistos actuales no cuenta con precedentes. Balenciaga compartía con Coco Chanel una relación de amistad y admiración que confesaban públicamente y sin reparos. “Ella quitó todo el exceso y la parafernalia de la moda femenina”, dijo el maestro español.
La modista francesa, de quien se decía que “su lengua viperina era casi tan famosa como sus diseños”, declaró que era el único de sus contemporáneos por el cual sentía admiración: “Balenciaga es un couturier en el verdadero sentido de la palabra. Solo él es capaz de cortar los tejidos, montarlos y coserlos a mano. Los demás son simples diseñadores de moda”.
Chanel no fue la única que reconoció la genialidad del couturier. En un ámbito donde impera una feroz rivalidad, sus colegas no escatimaron elogios. Christian Dior lo consideraba “el maestro de todos. La alta costura es como una orquesta cuyo director es Balenciaga. Nosotros, los demás modistos, somos los músicos y seguimos las directrices que da”. Y uno de sus mayores admiradores, Hubert de Givenchy, lo definió como “el arquitecto de la alta costura”.
El modisto vasco vivió en París su etapa más esplendorosa. En 1955 presentó su “vestido túnica” que mostraba una silueta sobria e increíblemente sofisticada. En 1957 el mundo de la alta costura conocería una de sus innovaciones más revolucionarias: el “vestido saco”, que rompía de forma absoluta con los cánones estéticos, al obviar el talle y generar una figura novedosa. Se trataba de reinterpretar las formas femeninas. Ambas eran prendas sueltas que contrastaban con la línea ajustada imperante en esa época.
La marquesa de Casa Torres heredó a su familia el gusto por los modelos de Balenciaga. Una de las piezas más aclamadas (y copiadas) fue el vestido de novia que en 1960 Balenciaga confeccionó para la bisnieta de la marquesa, Fabiola de Mora y Aragón, futura reina de Bélgica.
La fascinación que ejercía el couturier también alcanzó al mundo del cine. Una de sus más entusiastas seguidoras fue la actriz Marlene Dietrich, quien aseguraba que el maestro conocía perfectamente sus medidas y era capaz de diseñar vestidos para ella sin necesidad de probárselos.
La exposición Cristóbal Balenciaga da cuenta de la relación del modisto con grandes actrices del cine mexicano, como Dolores del Río, Silvia Pinal y María Félix, para quienes diseñó elegantes prendas. En la película La estrella vacía, “La Doña” lució dos espectaculares vestidos del creador español.
Herida de muerte
Ninguno como Balenciaga con la capacidad para transmutar el pasado en modernidad. Decía que “el arte es lo que hoy es feo y será bello mañana, y la moda, lo que es bello hoy y será feo mañana”. Es probable que la sentencia aplique a otros, a él no. El rigor, la coherencia y la perfección de su obra han perdurado a través del tiempo y han convertido sus creaciones en auténticas piezas de arte, como lo revela la muestra en el MAM, por cierto, la primera que exhibe en América Latina las creaciones del genial maestro de la moda.
Puntual, metódico, reacio a conceder entrevistas o a ser el centro de atención, se dice que pasaba horas en su taller en completo silencio, estudiando detenidamente cada tela, para luego dar vida con sus propias manos a prendas con trazos finos y escasas costuras. A pesar de estar inmerso en él, Cristóbal Balenciaga supo alejarse de la frivolidad que rodea al mundo de la moda, lo que provocó toda clase de leyendas y lo convirtió en una figura enigmática. Creía firmemente que “es más importante el prestigio que la fama. El prestigio queda, la fama es efímera”.
En 1968, convencido de que “la alta costura estaba herida de muerte”, anunció el cierre de sus casas de moda y volvió a España. El couturier de Getaria murió en 1972.