Vidas paralelas
Me gustaría ver la vida de Juan Gabriel como en vidas paralelas con grandes personajes y escritores. Por ejemplo Cervantes, cuando es prisionero en Argel y está en un calabozo en un barco que se dirigía a Constantinopla, si los que lo iban a rescatar hubieran llegado un día después, ya no hubiera existido retorno a España para Cervantes. De esta forma, veo cómo en México hay cientos de jóvenes que desaparecen y no sabemos si ellos pudieron haber escrito un Quijote, en este sentido, Juan Gabriel fue un joven expósito, quien fue remando contra todo, si él no lo hubiera hecho no habría Juan Gabriel ni nada.
Otra. Juan Gabriel estuvo preso en Lecumberri, estuvo en Bellas Artes y sus restos tal vez lleguen a Bellas Artes, como José Revueltas, quien también estuvo preso en Lecumberri y en su muerte fue llevado a Bellas Artes.
Siguiendo estas vidas paralelas, Juan Gabriel tiene una canción que dice “No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar”, que me recuerda a Fray Luis de León, quien fue hecho preso por traducir el Cantar de los cantares. Cuando es liberado lo reinstalan en su cátedra en Salamanca y cuando regresó dijo “decíamos ayer…”, como si no hubiera transcurrido un solo día desde que lo apresaron y eso hizo Juan Gabriel: se va a la cárcel y cuando sale solo tiene amor para dar y no habla de sus días de prisión.
Tiene otra canción, “Yo no nací para amar”. Es una frase en Ricardo III cuando dice “los que no nacimos para amar”.
Juan Gabriel habla en sus canciones de un México de entre las 4 y 5 de la madrugada, que en el ambiente es parecido a “La suave patria” de López Velarde, y la añoranza de un México que ya no es, en ambos casos. Juan Gabriel habla de ese México fraterno, de fiesta, de amistad que ya no se ve tanto.
Otro ejemplo. Cuando leía en público, Jaime Sabines comenzaba los poemas y la gente, porque se los sabía de memoria, los continuaba; a Juan Gabriel le pasaba lo mismo cuando cantaba. Ambos eran antenas de una sociedad y de una cultura, ambos eran ejemplos a seguir y representantes de la cultura mexicana.
Sobre las letras de sus canciones quiero decir que éstas eran repetitivas en el estribillo y en el ritornelo, en poesía pierden mucho, pero las letras pasaron de lo cursi a la sensibilidad y esa retórica nos representa a todos.
José Javier Villarreal. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1987 por Mar del norte
Una figura irrepetible
Juan Gabriel se formó desde pequeño en las calles y las aceras resecas de Ciudad Juárez. A los quince años era ya Adán Luna y recorría los bares y las cantinas de la frontera con una guitarra, ofreciendo sus primeras canciones. No era poeta, era un músico popular que tradujo en versos sencillos y notas esplendidas los ascensos y las caídas amorosas de gente común, con mucha más fortuna que José Alfredo Jiménez y con tanta calidad como Agustín Lara. Con su muerte se extingue la estrella que por décadas iluminó la noche de la Avenida Juárez, en la orilla de este país.
Como Pedro Infante y Germán Valdés, Juan Gabriel representa una cúspide de la cultura popular mexicana, con una sólida base de aceptación y admiración social. Es una figura irrepetible en la historia musical de nuestro país.
Jorge Humberto Chávez. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2013 por Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto.
Una imagen consagrada
Juan Gabriel no es solo, y desde hace un buen de años, el representante por excelencia de la balada romántica, sino que su penetración en la conciencia colectiva es tal que se ha convertido en un icono cuya presencia funde y arrastra distintos rasgos o aspiraciones de nuestra identidad mexicana. El hecho de que se le llame “El divo de Juárez” ya dice de su arrastre social. Juan Gabriel desde sus primeras actuaciones encauzó con orgullo su afeminamiento, su habla dulce y melosa, su tono amanerado. Esto, junto con la forma como fusionaba en escena ingenio musical, cadencia, gracia y donaire en el baile, así como diálogos con el público entre canción y canción, resume el manejo subversivo y la capacidad de maniobra que sostenían sus entregas al público.
Cuando vivía en El Paso, Texas, viajaba con frecuencia a Ciudad Juárez. Y siempre, religiosamente, pasaba frente a la casa blanca grandísima, casi de Lo que el viento se llevó, que Juan Gabriel tenía en la Avenida 16 de Septiembre. Hacía ese paseo como un mantra. Juan Gabriel me significaba que sí se puede, desde el desierto y su inframundo de antros que me dejaba ver el centro de Ciudad Juárez, desde la sordidez y la miseria, desde la explotación y el abandono, que un ser como él surja de allí, habiendo pasado por los episodios que eso debe haber significado y no solo dar su amor al mundo, sino convertirse en el amor del mundo. Veamos hasta ahora cuánta gente no lo está llorando tanto en esa ciudad como en la Plaza Garibaldi y en la explanada de Bellas Artes, en la Ciudad de México.
Juan Gabriel es un artista con todas las de la ley, un icono con el empuje y la gloria de una Frida Kahlo, de un Pedro Infante, guardadas las distancias estéticas entre cada uno. Un ser que supo manejar a su antojo lo que quería explotar. Exploró la sensiblería a tal grado que el pueblo masivamente se le rinde. Paseó, por encima de los preceptos machistas y retrógrados de la Iglesia católica mexicana, su identidad homosexual sin declaraciones ni escándalos. Suavecito dejaba penetrar su posición y hasta los machos más fajados se le arrodillaban en los conciertos.
En la Divina Comedia, Dante habla del “parlar coperto”, del hablar encubierto, decir de soslayo para que el otro, en ese caso Virgilio, entendiera de manera subyacente lo que Dante quería transmitirle. Juan Gabriel hace exactamente lo mismo con sus letras, y en su actuación en escena. “Amor eterno”, según la biografía de su ex manager, no fue escrita para su madre sino para un amante del artista que se voló los sesos jugando a la ruleta rusa siendo muy joven. Si observas el manejo que hace Juan Gabriel de esa canción ante una multitud de mujeres en Bellas Artes, te queda muy claro que fue escrito para ellas, para las madres, para su propia madre. Ese tratamiento de la ficción escénica es lo que hace la construcción de una verdad.
Una cosa que me subyuga de sus letras es su manera de pegarse, de estarse contigo. En lo personal siempre que escucho “Amor eterno” lloro. O bailo con “El Noa Noa”. Me entusiasma “Déjame vivir”, o “Querida”. Y si tengo una decepción pues me viene a la cabeza “Yo no nací para amar”… Son letras bastantes sencillas, nombra al pan pan y al vino vino. No utiliza metáforas ni hay una búsqueda de imágenes. El propio artista es la imagen consagrada que hizo y deshizo con repeticiones y estribillos, con decirle a la soledad soledad y a la angustia angustia. Así bautizó nuestro tiempo, y lo genial es que se salió con la suya: un charro ataviado de rosa, de morado. Un divo amanerado, cuya docilidad aparente fue la puerta de entrada a una postura declarada, abierta, enfática y firme de la libertad individual y de la propia definición de género.
Minerva Margarita Villarreal. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2016 por Las maneras del agua.